Hace apenas una semana escuchaba en la sede de las Naciones Unidas de Nueva York a su secretario general, António Guterres, lanzar un dardo directo a la conciencia del mundo para alertar de la indolencia con la que se está tratando la crisis climática. “La humanidad ha abierto las puertas del infierno”, aseguró sin tibiezas Guterres en referencia al creciente número de desastres naturales vinculados al calentamiento global. Los jefes de Estado y de Gobierno, representantes de la sociedad civil y empresarios invitados a la Semana del Clima pudimos escucharle decir también que, pese a los progresos, “aún vemos a muchas compañías ligadas a los combustibles fósiles, propietarias de activos y otras empresas que parecen estar invirtiendo con la misma lógica que aquellos que, al principio del siglo XX, apostaban por los carros tirados por animales, pensando que eso les garantizaría unos beneficios máximos”.
Combatir las emisiones de CO₂ es la única salida para la habitabilidad en este planeta. Y no tenemos otro. Si queremos que la humanidad tenga futuro, administraciones y empresas debemos cambiar el paso hoy, juntos, con ambición y compromiso. Los últimos dos años nos demuestran que ese incentivo perverso a corto plazo sigue estando ahí para las empresas ligadas a los fósiles. Pero debemos ser conscientes de que las medidas que tomemos en el próximo lustro marcarán la vida de millones de personas a lo largo de este siglo.
Se plantea el objetivo de triplicar la capacidad renovable a escala global para el 2030; adelantarnos 20 años a la meta
Lamentablemente, pese a los gritos de auxilio que lanzan cada día los ecosistemas, sigue habiendo una brecha considerable entre las palabras y la acción. Los firmantes del Acuerdo de París fueron 195, pero hasta la fecha, menos de 30 han presentado regulaciones nacionales para alcanzar emisiones netas nulas. Y más de un tercio de las empresas más grandes del mundo aún no han fijado objetivos de reducción de emisiones.
Hay que sacudirse las poses teóricas y ponerse a trabajar en medidas que tengan efecto práctico. No basta ya la concienciación. Ni la asunción de compromisos. Debemos dar resultados. Los titulares de estas cumbres deben ser acciones concretas con impactos medibles, no solo buenas intenciones.
Las emisiones de Iberdrola son ya un 75% menores que las de las eléctricas europeas. Trimestre a trimestre reportamos sobre ellas con total transparencia. Y no vamos a parar ahí. Con motivo de la Semana del Clima, fuimos una de las primeras compañías del mundo en presentar ante la ONU un Plan de Transición Climática, plenamente alineado con las recomendaciones del Panel de Expertos de las Naciones Unidas.
Pero necesitamos que otros grandes motores de la economía pongan en marcha ya un plan de transición climática integral y viable. Se prevé que más del 90% de las empresas que han establecido ya objetivos de emisiones netas nulas no alcanzará sus objetivos si no duplican al menos el ritmo de reducción para el 2030.
Es cierto que la actuación de los gobiernos es esencial para incentivar la reducción de las emisiones, pero, para cumplir estos objetivos, la mayor parte del trabajo debe recaer en las empresas de todos los sectores.
Somos las empresas las que tenemos en nuestras manos cambiar nuestros programas de inversión o nuestras pautas de producción y consumo. Hemos demostrado que sabemos innovar en productos que, además de responder a las necesidades actuales de nuestros clientes, se anticipen a tendencias futuras. Somos las empresas las que nos dotamos del talento y los recursos necesarios para poder llevar a cabo nuestros planes con autonomía y rapidez. Y llegamos cada día a acuerdos y alianzas con otras compañías, instituciones y asociaciones de todo tipo.
En el sector energético, la vía para cambiar el rumbo está clara: acelerar la electrificación invirtiendo en infraestructuras de generación renovable, redes, almacenamiento e hidrógeno verde. Anticipando el desarrollo de las energías limpias evitamos un agravamiento de las consecuencias del calentamiento global en nuestras sociedades, incrementamos nuestra autosuficiencia y nuestra seguridad de suministro y generamos nuevas oportunidades de industrialización y empleo.
Por eso, en los últimos meses se ha planteado el objetivo de triplicar la capacidad renovable a escala global para el 2030 y alcanzar los objetivos previstos para el 2050, con veinte años de adelanto. Y es posible hacerlo. Las renovables son ya el principal vector de crecimiento de la generación eléctrica global. La revolución tecnológica que hemos experimentado en los últimos años ha llevado a que, por ejemplo, una nueva instalación eólica requiera hoy tres veces menos inversión que una de carbón, además de evitar los costes de compra de combustibles y derechos de emisión.
Para lograr ese objetivo, el sector público y el privado debemos caminar acompasados y unir esfuerzos. Con una política energética clara, con objetivos definidos a medio y largo plazo y con una regulación acorde. Pero también con empresas decididas a comprometerse y, sobre todo, a cumplir. Porque no olvidemos que del otro lado de la mesa no están los gobiernos, ni siquiera la sociedad de hoy. Están las generaciones venideras y el provenir del planeta. Demos un futuro a nuestro futuro.