La crisis climática no espera a nadie. El planeta da cada día muestras de cómo la humanidad ha modificado sus condiciones ambientales y no precisamente para bien. Olas de calor en zonas del globo no habituadas a las altas temperaturas, inundaciones, tormentas de nieve… Desastres a los que hace décadas les poníamos la etiqueta de históricos, ya que ocurrían una o dos veces en un siglo, son ahora corrientes.
La COP 26 conminó a los gobiernos a llegar a un consenso para echar el freno a los combustibles fósiles. La sociedad está esperando a que las administraciones tomen medidas, que se dejen de palabras y pasen a la acción. Entretanto, el mundo observa descreído como los cambios no acaban de llegar. A día de hoy, el petróleo es la solución energética de algo más del 30 % de la demanda; el carbón supera el 25 % y se asoma, todavía, al 30 % y el gas aporta más del 20 %. Está en nuestras manos cambiar esos porcentajes.
La única solución plausible pasa por un mayor desarrollo de las renovables, las redes inteligentes y el almacenamiento. Afortunadamente, contamos en esta tierra con empresas que llevan décadas demostrando estar a la vanguardia de la transición energética.
Es imprescindible una regulación estable y predecible y la agilización de los procesos administrativos para realizar una apuesta decidida por las energías limpias. Si lo logramos, no solo obtendremos beneficios para el medio ambiente, sino que, además, crearemos riqueza y empleo en sectores con porvenir.
Como dice el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, no está en riesgo el futuro del planeta, sino el de la humanidad. Es tarea todos tenderle la mano al futuro. Es tarea de todos hacerlo cuanto antes. Hoy. Hagámoslo.